Los niños son un
colectivo que se beneficia cada vez más de los magníficos resultados de los
tratamientos homeopáticos. El hecho de tratarse de una terapéutica que por sus
características farmacológicas de preparación a altas diluciones no presenta
efectos adversos ha inducido a muchos padres a tenerla en consideración a la
hora de buscar una opción de salud segura para sus hijos. Pero además de eficaz
y segura, la homeopatía en los niños actúa de forma muy rápida, sobretodo en
las enfermedades agudas. Ya en los lactantes podemos asegurar que los cólicos a
tempranas edades, el malestar por la aparición del primer diente o incluso los
trastornos del sueño a las semanas de nacer, se utiliza esta medicina con
resultados óptimos. No olvidemos, de todas formas, que con homeopatía tratamos
al enfermo más que a la enfermedad, y por ello el remedio prescrito a un niño
en función de sus características individuales puede ser distinto al que
recetamos a otro niño con el mismo problema o diagnóstico inicial.
La rapidez de
acción de los tratamientos homeopáticos en niños es debida básicamente a la
facilidad que estos todavía presentan de recibir señales que intenten
reequilibrar su propia capacidad curativa. Esto es debido por un lado a que su
capacidad de adaptación y respuesta frente a cualquier agresión externa está
madurando pero es altamente eficaz siempre que el estímulo sea el correcto y
vaya en la misma dirección. Por otro lado también es cierto que su terreno es
muy virgen: salvo en algunos pocos casos difícilmente han tenido ocasión de
haber padecido enfermedades graves y por tanto han evitado así tratamientos
supresores fuertes. Según vamos creciendo, vamos entrando en contacto con
factores estresores que ponen a prueba nuestra fisiología homeostática, y si
cada vez que ésta se pone en marcha inhibimos su función con terapias
agresivas, esto creará más temprano o más tarde una resistencia del organismo a
poner en marcha la cascada de reacciones naturales que tiene para defenderse de
los mismos. De otra manera, podríamos decir que menguará su capacidad de
adaptación al medio y por ende cada vez requerirá de más soporte externo para
superar las crisis.
Los procesos
agudos suelen responder rápidamente, como decíamos, porque son situaciones
sobrevenidas. Pero siempre deberemos atender a las leyes de la naturaleza; en un
caso de fiebre, por ejemplo, la función de la homeopatía no será bajar
rápidamente esa alta temperatura como haríamos con un antipirético, sino modular
el proceso de forma fisiológica y natural para que sea el sistema de auto
curación del niño el que finalmente resuelva la situación. O en el caso de una
tos no dirigiremos el tratamiento a inhibirla sino que buscaremos el remedio
más preciso para reequilibrar aquel desajuste que, por las características del
pequeño, está provocando esa alteración a nivel de sus vías respiratorias.
De todos modos, la
rapidez de respuesta al tratamiento depende no sólo del proceso que se padezca
sino también de la naturaleza del niño. Cuanto más reactivo sea éste, más
rápido reaccionará al estímulo del medicamento homeopático.
Como ya he mencionado en anteriores escritos el objetivo del tratamiento homeopático consiste en prescribirle al paciente un único medicamento semejante en los planos físico, emocional y mental que active la curación rápida, eficaz y segura del individuo. Cuando queremos conseguir que además sea permanente o duradera, la única forma que entiendo que esta herramienta nos lo permite, es a través de un único remedio individualizado para cada caso, como nos enseñó el padre de esta disciplina, el Dr. Samuel Hahnemann.
Como ya he mencionado en anteriores escritos el objetivo del tratamiento homeopático consiste en prescribirle al paciente un único medicamento semejante en los planos físico, emocional y mental que active la curación rápida, eficaz y segura del individuo. Cuando queremos conseguir que además sea permanente o duradera, la única forma que entiendo que esta herramienta nos lo permite, es a través de un único remedio individualizado para cada caso, como nos enseñó el padre de esta disciplina, el Dr. Samuel Hahnemann.
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